Retrato de familia

La mosca sigue dando vueltas alrededor. Han dejado abierta la ventana, pese a que a él siempre le molestara, es normal que los insectos empiecen a llegar. En la mesa, el diario sigue abierto en la misma página donde una mujer desnuda saca la lengua y abre las piernas. Sobre el repostero, junto a la ventana, un gastado aro de matrimonio luce incongruente entre tantos libros de cocina. A su lado, un pañuelo, una uña rota, un papel desgarrado. Tiene algo escrito. Sobre el suelo, algunos juguetes, una casa de muñecas, un bebé de plástico sin ropa, con las piernas desgarradas, se amontonan entre el polvo. Un poco más allá, el cuerpo del hombre yace boca arriba, los ojos abiertos a medias, el odio, los abusos, pero también la sorpresa en la mirada.

 

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Publicado en «Narrativas»: http://carlosmanzano.net/narrativas/portada.htm

 

Inmóvil

Inmóvil

A través de la ventana ve pasar a la gente por la mañana, apurada antes de ir al trabajo, acudir a la escuela o tomar el transporte. También puede verlos al mediodía, ingresando en cualquier cafetín, aflojándose el cuello de la corbata o, simplemente, abriendo el periódico. Al anochecer los pasos son menos acelerados, como si encaminarse hasta casa fuera el último esfuerzo de una vida hecha de hazañas consuetudinarias, gastadas, insensatas. Por eso, cuando la enfermera llega por la noche, tal y como ha hecho desde hace veinte años, para tomarle la presión, medirle la temperatura y limpiarlo por última vez, él cierra los ojos, también cansado, con más de una vida encima, viviendo las existencias de personas que, muy en el fondo, no cree tan diferentes de la suya.

 

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Publicado en «Narrativas»: http://carlosmanzano.net/narrativas/portada.htm

Sueño de amor n° 3

Marianita presiona la tecla y deja escapar el sonido que resuena por toda la casa. Él, le lleva la mano a la boca y la abofetea y da de puñetes en el vientre, una, dos, varias veces. Ella recuerda, no sabe por qué, una playa vacía, su mano acariciando su cuerpo, las sonrisas, las palabras de amor. Silencio. Abajo, Marianita sigue tocando su piano, dejando lugar a la música que llena la casa de color, líneas y también agujas muy puntiagudas.

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Publicado en la revista “Aurora Boreal”. http://www.auroraboreal.net/literatura/mini-relato/1744-minirrelatos-de-felix-terrones

Cinghiale bianco

Así fue como crecimos, escuchando la historia del mítico jabalí blanco, el único animal que nadie había podido cazar, la única bestia que había salido triunfal de todos los encuentros con el destino. Habían muerto enfrentándolo el tío Giosuè, también el abuelo Francesco, e incluso nuestro padre, Vincenzo Fabbri, el mejor cazador de la comarca. Todos se fueron una mañana, al abrirse el cielo, para nunca más regresar. De ellos nadie nunca encontró el más leve rastro, la menor señal de sus cuerpos. Pronto, su presencia cedió su lugar al recuerdo, después a esa forma de muerte que es el olvido, donde se hunden la memoria con las palabras; en cambio, la imagen del jabalí blanco cobraba envergadura, se hacía cada vez más inalcanzable, como una de esas estrellas que combustionan en lo más hondo de la noche. Cuando Andrea, nuestro hermano mayor, partió en su búsqueda supimos que lo perdíamos para siempre, que lo extraviaría el secreto anhelo de cumplir lo que otro hombre, nuestro padre, nunca pudo. No nos equivocamos. Ahora que Salvatore y yo nos alistamos para cazar a la bestia, mientras la mamma nos mira sentada en su fogón, los únicos hijos que le quedamos, nos buscamos convencer de lo imposible. Sabemos que la legendaria y voraz bestia nos espera con sus fauces sangrientas, para acabar con nosotros, en lo obscuro del bosque; en medio de esa noche que, con todo, ambos hemos esperado cada día, cada año de nuestras vidas, ahora convertidas en otra cosa, todavía no sabemos qué, la verdadera batalla de la que nadie saldrá nunca indemne.

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Publicado en la revista “Aurora Boreal”. http://www.auroraboreal.net/literatura/mini-relato/1744-minirrelatos-de-felix-terrones

Lo de siempre

Un nuevo impulso casi lo hace emerger, desde lo más profundo de las eras, los silencios, los malentendidos, las frases no dichas, también los insultos. Ahí está denso y congestionado, dispuesto a salir de una buena vez y explotar, como debió haberlo hecho hace mucho tiempo, y manchar con su purulencia los muebles, las paredes, las ventanas y, finalmente, a ambos, bañarlos con su baba viscosa, hacerlos por una vez visibles el uno para el otro.

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– Hola, siento haber llegado tarde – le dice depositando un beso en sus labios antes de olvidar que se ha disculpado y arrojar sus cosas encima de un mueble.

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Entonces, una vez más, pierde fuerza, esa combustión que lo irritaba, se apaga, hasta casi parece extinguirse, como si las palabras (esas impostoras) le hubieran empujado hacia atrás, hacia ese cúmulo traiciones que son necesarias para sobrevivir.

 

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Publicado en la revista “Aurora Boreal”. http://www.auroraboreal.net/literatura/mini-relato/1744-minirrelatos-de-felix-terrones

 

 

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Un hombre que cae desde la ventana de un edificio no es necesariamente un suicida. Una hoja desgarrada no siempre es una carta de adiós. Una mujer que besa a un desconocido no tiene por qué ser una traidora. Un suicida no siempre es alguien que reniegue de la vida, pese a que deba morir aplastado, sí que sí, contra el suelo.

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Publicado en la revista “Aurora Boreal”. http://www.auroraboreal.net/literatura/mini-relato/1744-minirrelatos-de-felix-terrones

 

 

Es difícil de decir

Esa palabra tuvo que haber salido a tiempo, justo en el momento en el que ella te miraba, esa fracción de segundo en que alcanzó la punta de tu lengua, se dispuso a ser escuchada, más allá del silencio, el mismo silencio que moja de nuevo los ojos de ella, antes de que cierre la puerta tras de sí, esta vez por última vez, demasiado tarde. Por eso, de nada vale que ahora la digas y repitas una y otra vez en la casa ya vacía, esa palabra, la misma que un instante antes pudo hacerlo regresar todo, cuando ahora da lo mismo que el silencio, el rencor y la decepción que se fueron con ella.

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Publicado en la revista “Aurora Boreal”. http://www.auroraboreal.net/literatura/mini-relato/1744-minirrelatos-de-felix-terrones

 

 

Punto. Línea. Plano

La distancia más corta de un punto a otro es una línea. Todos lo sabemos. Incluso quienes fueron malos en la escuela, quienes no prestaron atención a la explicación de la profesora o, simplemente, no acudieron aquel día a clases. Es tan obvio que nadie se ha detenido a pensar en que se trata de algo que se aprende, algo que no necesariamente tiene que ser. Por eso, cuando la tiene frente a sí, mirándolo fijo a los ojos, la boca entreabierta, él se siente dos veces extraño, con todas esas líneas en todas direcciones que los separan. Entonces, en lugar de trazar una línea recta hasta ella, su futura mujer, quien será la madre de sus hijos, a cuyo lado morirá, decide tomar una tangente, escapar de su plano de visión, convertirse en un punto de fuga; en otras palabras, dirigirse en línea recta hacia la nada.

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Publicado en la revista «Aurora Boreal». http://www.auroraboreal.net/literatura/mini-relato/1744-minirrelatos-de-felix-terrones

Mañana, cuando ya no estés

Los llantos comenzaron a la hora de siempre, solo que esta vez algo los calló de improviso, como si de repente el ruido se llenara de algodones. En su cama, Otilia sólo atinó a cerrar los ojos. Esperó. Uno, dos, cinco, varios minutos. El silencio seguía cayendo desde unas alturas imposibles hasta el borde tenebroso de un precipicio. Ya no quería recordar cómo fue que todo empezó; de hecho, al inicio nada había sido así. O, mejor dicho, nada había parecido ser de esa manera. Recordaba la primera impresión que tuvo de ellos, sentados en el comedor. Ella, una de esas señoras que había visto en el aeropuerto, hermosas y lejanas, educadísimas; él, aunque taciturno, y con la mirada perdida, parecía atento a lo que decía su mujer. Le dijeron, o al menos eso fue lo que ella entendió, que la aceptaban, se quedaría en el cuarto de al fondo, justamente el que estaba al lado de donde dormía el pequeño Louis, ¿decía que era peruana, no?, terminó la señora. Después, el señor se fue a su cuarto, aquel donde se encerraría ese día y los siguientes. Pese a que no hablaba el idioma de ellos, poco a poco empezó a darse cuenta de que algo ocurría, de que algo pujaba por emerger por encima de tanta amabilidad, desde lo más profundo de los rencores y la frustración. Rodeado de un equipo médico, oxígeno, tubos, reanimadores, Louis se aferraba (sin saber que lo hacía) a la vida. Otilia le contaba de su pueblo allá en los Andes peruanos, lo bonitas que eran las casas, lo lindos que eran los animalitos. Algún día lo llevaría, se lo prometía, para que conociera. Sin embargo, también le contaba lo otro, que antes de venirse a Francia había perdido un hijo, también de dos años. Se sentía culpable de contarle eso a la criatura, pero no podía impedírselo a sí misma. ¿Qué le habría pasado al niño Luisito para que se quedara así? Mientras tanto, cada noche, a la hora de siempre, lo escuchaba llorar. Otilia se levantaba e iba a verlo. Desde su cama, él la miraba con expresión suplicante, como pidiendo algo que no pedía. Ella le acariciaba la cabeza, le decía que ya estaba, no pasaba nada. Luego se echaba a dormir en el suelo, como hacía en su pueblo, sólo que esta vez era en el último piso de un edificio en pleno centro de París, una ciudad que no la entendía. Una vez, mientras regresaba a su cuarto, la escuchó: era la señora que sollozaba, bajito, pero sollozaba. El señor parecía decirle algo que a ella le sonó a consuelo. O amenaza. Al día siguiente, a la hora del desayuno, todo fue como siempre, ella sonreía y él miraba a cualquier parte. Pero Otilia ya no se dejaba engañar, sabía que pronto algo, algo indecible ocurriría. Tarde o temprano. Acaso fue aquella tarde, cuando ninguno de los señores estaba en el apartamento y Otilia se animó a entrar en el cuarto. Entonces, fue que los vio o, mejor dicho, los reconoció. Recordó la iglesia de su pueblo en cuyas paredes también estaban la madre con el hijo, estirado en sus faldas, debajo de la cruz. Eran decenas de cuadros en los cuales se repetía la misma escena, solo que ninguno estaba terminado, a todos les faltaba el rostro de la madre. Cuando se dio cuenta, ella lloraba mirando todos esos cuadros; ni siquiera advirtió el momento en el que el señor había entrado. Nadie le dijo nada, pero al día siguiente, durante el desayuno, los señores se odiaron. No les importó que ella estuviera allí, sin entender su idioma, intentando desesperadamente hacer como si no estuviera. Él le increpaba, ella parecía justificarse. Después, el señor salió gritando del comedor y se encerró en el cuarto donde pintaba. Se escucharon cosas contra el suelo, cosas que se hacían trizas repetidas veces. Otilia apenas reaccionó cuando la señora le dio a entender que se fuera de la casa, aquí tenía unos euros para vivir un tiempo más, mañana ya no quería verla en el apartamento. ¿Le habría dicho de verdad aquello o entendió mal, o lo soñó? Otilia sigue cerrando los ojos, intentando olvidarlo todo, no pensar en qué sería de su vida de ahora en adelante ni por qué razón Luisito ha dejado de llorar. Entonces, llega la luz de la mañana, limpia, ligera y alba como una palabra no dicha, un papel dejado en blanco, una ciudad que despega sus ojos al precipicio en el que lentamente todos seguimos cayendo.

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Publicado en: «Máquina de coser palabras», bitácora de Juan Yanes.

http://jyanes.blogspot.com.es/2014/04/manana-cuando-ya-no-estes-felix-terrones.html

Montecristo

Una vez Morcerf suicidado, enloquecido Villefort, arruinado Danglars, la venganza se ha cumplido. Entonces, todo adquiere un nuevo significado, como si se cubriera de un velo que solo el honor y la justicia pudieran entregar. Así, los catorce años de encierro en la fortaleza de If; la muerte del Abate Faría, su único amigo, aquel que le entregó su ciencia y cariño; el sufrimiento de Haydée; incluso, la promesa de amor de Mercedes, quien terminó casándose con Morcerf, se hacen livianos, ya se pueden acercar al olvido. Solo, agotado, aunque redimido, el conde de Montecristo mira a lo lejos el mar, aquel Mediterráneo que lo encerró en una isla pero que también lo liberó en otra. Nadie lo reconoce en la ya ajena Marsella, tantos años han pasado desde que la dejara, su padre murió y Morrel también. Aquel hombre, quien también se llamó Sinbad el Marino, el Abate Bussoni y Lord Wilmore – todos los nombres que el rencor inspira en su deseo de reparación – puede, finalmente, volver a ser Edmond Dantès, ese pobre adolescente a quien el amor y la inocencia hicieron culpable.

Con todo, el conde de Montecristo suspira, una lágrima corre por su mejilla. Con Morcerf, Villefort y Danglars se fueron sus enemigos, sí, pero también ha muerto él mismo.

 

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1922: annus mirabilis

En aquel año, James Joyce publica el Ulysses en París, gracias a la ayuda de Sylvia Beach de Shakespeare and Company. En una habitación de la rue Hamelin, a algunos kilómetros de allí, Marcel Proust termina À la recherche du temps perdu y, poco después, muere de cansancio y bronquitis. Entretanto, Picasso da a conocer su Mujeres corriendo por la playa, T.S Eliot publica Waste Land, Rainer Maria Rilke escribe las últimas Duineser Elegien y, por si fuera poco, Stravinski presenta su Mavra nada menos que en el ballet de Diaghilev. El mundo parece tomar un respiro entre las dos grandes guerras, como si se empeñara en olvidar el cataclismo antes de arrojarse al holocausto. Los colores, las palabras, las notas musicales se esfuerzan en seguir viviendo, construir un sentido, en medio del horror más voraz.

A miles de kilómetros, en un país inventado de tan irreal, en la obscura imprenta de un panóptico, un hombre ojeroso publica doscientos ejemplares de su poemario. Los distribuirá entre sus amigos, antes de viajar a Europa, donde no se encontrará con Joyce, tampoco con Proust o Eliot, menos aún con Rilke. Ni siquiera podrá tomar una cerveza con Pablo Picasso, quien haría un retrato de él, pero a partir de una fotografía. De la dulce y alegre Europa no conocerá una sola línea, ni tan siquiera un color o una nota musical, aunque sí los albores de la segunda guerra que devastaría a todo un continente. Morirá poco antes, en una habitación parisina, cuentan que acompañado de su mujer, en medio de algo parecido a una digna pobreza.

Ahora, el viajero que quiera encontrarlo puede acudir al cementerio parisino de Montparnasse donde están enterrados muchos genios europeos, cientos de víctimas de la guerra y aquel peruano, de nombre César Vallejo, cuyos poemas son leídos por los futuros poetas peruanos, también franceses y alemanes, quienes, sin saberlo, también son sobrevivientes de esa gran catástrofe llamada humanidad.

ImagenPublicado en: Justa blog  http://www.justa.com.mx/blog/1922-annus-mirabilis/

 

El misterio de la montaña

Esperaba con ansias el final del año escolar para, como todos los veranos, subir a la cima del cerro con mi padre. Al inicio, cuando yo era pequeño, tomábamos los caminos más accesibles. Con los años, cuando yo ya era un hombre, ascendíamos por las pendientes escarpadas, montábamos por senderos inverosímiles, trepábamos por roquedales espinosos. Siempre recordaré la cara de felicidad plena de mi padre desde esas alturas que eran como su elemento. Unas alturas desde las cuales todo parecía encogerse, hacerse más chiquito, diminuto, incluso desaparecer. Sí, incluso su sonrisa era otra. Por eso, ahora que bajo solo me digo que hice bien en dejarlo arriba, en esas alturas donde nadie podrá encontrarlo ni interrumpir esa paz que tanta falta hizo entre nosotros.

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Arte no poética

Se trataba de decirlo sin expresarlo, hacer que las palabras, en este caso las suyas, se acercaran a lo que buscaba transmitir pero sin entrar. Ellas solamente debían contentarse con rodearlo, darle una forma que se dejara adivinar por detrás, por debajo. Poco importaba la anécdota – un asesinato, un engaño, un viaje o un encuentro – cuando lo importante era caminar hasta el borde del precipicio. Un precipicio profundo, hediondo y negrísimo que estaba ahí, esperándonos a todos nosotros desde siempre. Sin embargo, apenas se ponía a escribir, tenía la sensación de que confundía la ruta, cuando no recorría un camino ya transitado por otras personas, incluso de que caminaba de espaldas a su objetivo. Por eso, desalentado, molesto y frustrado, el joven deja sus lapiceros y sale a caminar por la calle. Hace fresco, la gente se divierte en las terrazas. Él sonríe con sus chistes, conversaciones, cotilleos y disputas, cualquiera sea el nombre que se le da a esas conversaciones que, cada una a su manera, delinean algo imposible de cifrar, silencio hecho de pálpitos y ruidos que él decide ya no escuchar para tomar como debe ser su primera cerveza de la tarde. Y fin.

 

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Mi barrio

 En mi recuerdo, hacíamos carreras de bicicletas por las mañanas, jugábamos al fútbol todas las tardes, nos contábamos chistes y encontrábamos a las chicas por las noches. Con el tiempo, se fueron algunos chicos y llegaron otros, nosotros mismos comenzamos a ampliar nuestros horizontes, incursionando a otros barrios, conociendo a nuevos amigos, gileando a otras chicas. Ahora que vivo casado con una alemana, me pregunto en qué momento fue que empezamos a perder todo aquello que en algún momento nos había parecido eterno. Casi no tengo tiempo para encontrar una respuesta pues ya mi hijo me mira impaciente con sus ojos azules, inocente de la infancia que perdí, en una ciudad, en un idioma que no son los suyos pero ya tampoco los míos.
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Publicado en: «Internacional Microcuentista»

Macumba

La negra me dijo que con la pócima lo tendría como un perro a mis pies. Me dijo que abandonaría a su esposa y sus hijos, renunciaría al trabajo y llegaría arrastrándose hasta mi puerta para pedirme que finalmente viva con él. Me dijo también que me regalaría joyas, autos, pisos, que mi vida a su lado sería una constante de lujo, confort y derroche. No se equivocó. Lo que no me dijo la muy maldita es que después de todo este tiempo a su lado terminaría aburrida con sus caprichos, cansada con sus poses, hastiada con sus vanidades. Por eso, maldigo la buena suerte de su ex mujer que se deshizo del pesado ese como por arte de magia.

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Publicado en «Fix100», revista hispanoamericana de ficción breve. 

 

Casa de muñecas

Casa de muñecas

La niñita abre el regalo de cumpleaños con entusiasmo y rapidez, la misma rapidez con la que despliega la casita donde encuentra reproducidos en primorosa miniatura, al perro en el jardín, después la puerta de entrada, la sala con la televisión encendida, unas escaleras que suben hasta los cuartos, el cuarto grande familiarmente desordenado, pero también el pequeño, el mismo cuarto en el que ella coge entre sus dedos a sus padres que la miran felices, nerviosos y, finalmente, aterrorizados con tan peligroso juguete.

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Publicado en “La nave de los locos”, blog de Fernando Valls.

http://nalocos.blogspot.fr/2013/04/felix-terrones-y-2.html

Los fondos marinos

No sé quién fue el que tuvo la idea pero muy rápido nos encontramos sumergiéndonos todos los chicos. Poco importaba la hora, la estación, el nivel del mar o las advertencias de nuestros padres cuando lo único que queríamos era llenar nuestros pulmones de aire y hundirnos en esas corrientes cálidas y cómplices que nos acogían con todo su misterio. Alguno vio un tesoro, otro afirmó haberse cruzado con una sirena, mientras que varios aseguraban haber entrevisto una ciudad perdida. Ahora que ya pasaron varios años de todo eso, varios de nosotros ya se fueron y los que quedamos, cansados, enfermos y frágiles, ya no podemos bucear, miramos con nostalgia el mar, en cuyas profundidades se quedó lo mejor de nosotros.

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Publicado en “La nave de los locos”, blog de Fernando Valls.

http://nalocos.blogspot.fr/2013/04/felix-terrones-y-2.html

Madres e hijas

Desde mi ventana podía ver a Pamelita jugar con sus muñecas, estirarse sobre su cama para leer o bailar como una loca en su cuarto al ritmo de no sé qué canción adolescente. No sé cuándo fue que empezó lo otro, quiero decir, a mirarse frente al espejo, desvestirse, acariciar despacito cada una de las partes de su cuerpo, pero el hecho es que Pamelita me tenía hecho una brasa. Una noche no volvió a aparecer. Me temí lo peor. Pasó bastante tiempo antes de que la cortina se corriera otra vez. Cuando apareció la señora, entendí todo. Sus padres le habían obligado a cambiar de habitación. Pero la mamá de Pamelita es una mujer muy comprensiva que esboza una sonrisa cuando me mira sentado y expectante en mi ventana.

 

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Publicado en «La nave de los locos», blog de Fernando Valls.

http://nalocos.blogspot.fr/2013/04/felix-terrones-1.html

Dentaduras postizas

En el pueblo éramos treinta ancianos abandonados y cansados de no hacer nada durante el día; por eso, acogimos la iniciativa con entusiasmo. Como el dinero era justamente lo que nos faltaba, se nos ocurrió apostar lo más precioso y vital que teníamos. Ganaba quien al final se hiciera con el mayor número de dentaduras. Fue un combate arduo y tenaz en el que perdieron muchos de los más taimados, los más desenvueltos, los más estrategas. Ahora que las tengo todas, miro con aire triunfal a mi alrededor, muerdo el pan del almuerzo en el medio de la plaza mortalmente vacía, y lamento profundamente haber perdido a todos mis contrincantes.

Publicado en “La maquina de coser palabras”, blog de Juan Yanes. 

http://jyanes.blogspot.fr/2013/03/tres-cuentos-en-el-limite-felix-terrones.html

 

 

 

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El placer de viajar

Lo que me gusta de los viajes es poder descubrir ciudades nuevas, ciudades en las cuales se habla un idioma distinto, ciudades en las cuales perderse sin mapa y sin conocer a uno solo de los rostros que se cruzan por el camino, rostros que miran sin mirar, indiferentes al extraño que posa sus ojos en ellos, justo en la mitad de un puente cualquiera, rostros de repente sorprendidos y alarmados con ese extranjero que trepa a la baranda y, sin dejarles ninguna oportunidad para reaccionar, se arroja al precipicio en esa ciudad nueva, de rostros desconocidos y con un río largo, turbulento y sinuoso como un signo de interrogación.

Publicado en “La maquina de coser palabras”, blog de Juan Yanes. 

http://jyanes.blogspot.fr/2013/03/tres-cuentos-en-el-limite-felix-terrones.html

 

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Cucarachas

Nadie en el edificio supo con certeza cuándo ni cómo empezaron a aparecer. Primero fueron unas cuantas que encontrábamos debajo de nuestros muebles, detrás de nuestras puertas. Después comenzaron a aparecer apenas abríamos un libro, nos deslizábamos entre las sábanas o descorríamos las cortinas por la mañana. Nos convencimos de lo terrible de nuestra situación cuando las vimos recorrer las paredes de nuestras cocinas, amontonarse en los sumideros, caminar por las piernas de nuestros niños. Ahora que todos los inquilinos estamos afuera nos encontramos con gente de otros edificios y casas que sufren del mismo problema. Discutimos airados y estupefactos lo que parece ser una plaga contra la cual no sabemos qué hacer. Alguien, una voz que nadie llega a identificar, dice que nadie se mueva de donde estamos pues van a fumigar a los malditos bichos. Mientras esperamos a que lo hagan, una nube espesa y negra se forma en lo alto, por encima de nosotros. 

Publicado en “La maquina de coser palabras”, blog de Juan Yanes. 

http://jyanes.blogspot.fr/2013/03/tres-cuentos-en-el-limite-felix-terrones.html

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El desierto de los tártaros

Echarán abajo nuestros muros, destruirán nuestras casas, asesinarán a nuestros animales, antes de violar a nuestras mujeres y degollar a cada uno de nosotros. En el medio de la noche escuchamos el llanto lastimero de nuestros niños mezclado con el atronador galopar de sus bestias. Los imaginamos inmensos, voraces e inmisericordes. De sus bocas sale una lengua desconocida que no necesitamos conocer para entender todo el odio que tienen por nosotros. Con ese odio destruirán para siempre nuestra cultura. Pero llega el día y ellos todavía no han penetrado nuestra ciudad. Escuchamos en silencio. Nada. ¿Qué esperan los bárbaros para entrar? La gente comienza a agitarse. Pese a nuestras admoniciones, algunos dejan los escondites y salen a ver. Cuando regresan, lo hacen con la sonrisa en los labios, los bárbaros no están, nunca llegaron.
 
(Es entonces que la diana me despierta del sueño. Esta mañana, bajo este sol luminoso, derrotaremos a los últimos salvajes rebeldes a nuestra causa. Nuestra civilización terminará por imponer su refinamiento y riqueza por toda la tierra. Me coloco el casco y doy la señal para que ataquen…)
 
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Publicado en “Previsiones meteorológicas de un cangrejo 3.0”, blog de Agustín Martínez Valderrama.

http://acusmartvald.blogspot.fr/2012/11/pasen-y-vean-felix-terrones.html

Historia del hombrecito y las masas

Era un hombre pequeño, pequeñísimo, más que un enano. De tan diminuto que era, la gente apenas lo veía cuando se lo cruzaban por la calle; por eso, cuando no lo pisaban o empujaban, lo golpeaban sin querer o lo esquivaban a última hora.Pero bastó que ese hombre diminuto subiera a una tarima y levantara la voz para que, de repente, el público reunido alrededor se excitara con entusiasmo y ardor frente a sus proclamas que llegaban, una y otra vez, directo a los corazones. Ahora que se ha convertido en rey, la masa se arrodilla a los pies del hombrecito, de pronto infinitamente más grande que ellos, los estúpidos mudos de siempre.

 

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Publicado en “Previsiones meteorológicas de un cangrejo 3.0”, blog de Agustín Martínez Valderrama.

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Le facteur

J’avais arpenté la ville toute la matinée, cherchant ainsi à repousser mon retour et la dispute qui s’en suivrait. Dans mes pensées, je me voyais lui expliquant que plus rien ne nous unissait, que le silence avait fini par s’imposer entre nous, et que donc, le mieux était que nous nous séparions, que chacun suive son propre chemin, dos tourné aux souvenirs, jusqu’à ce qu’ils ne soient plus qu’oubli ou, ce qui revient au même, qu’ils cessent d’exister. Cependant, à peine arrivé devant la porte de l’immeuble, quelque chose m’obligea à faire demi-tour une fois de plus, comme si l’imminence de la séparation (ou sa perspective) me laissait entrevoir non seulement la difficulté de l’entreprise, mais aussi l’incertitude et le vide face à une nouvelle vie. À cette heure-là, la ville est une effervescence continuelle de piétons ; il est facile de diriger ses pas vers nulle part. Il suffit de prendre une rue en sens contraire pour se perdre dans des régions inconnues jusque-là, ignorées dans nos expériences préalables. Voilà comment mes pas finirent par me conduire au cimetière de la ville, où les bancs vides, occupés de temps à autre par quelque retraité, vagabond ou solitaire, brillaient sous le soleil estival. Il y régnait un silence fait de poussière atemporelle, un silence dans lequel je m’installai non sans un certain soulagement. Un pigeon s’approcha de moi pour quémander de la nourriture ; une famille transportant un cercueil passa ensuite – une femme pleurait en tête de cortège ; plus tard,  un prêtre suant et circonspect fit son apparition – il portait une lévite gonflée à cause du vent, le même vent qui tournait les pages de son missel ouvert. J’étais en train de me dire qu’il commençait à être tard, qu’elle m’attendait, qu’il était temps de rentrer,  lorsque je l’aperçus, avec ses sempiternels gilet gris et casquette bleue. Au début, j’imaginais qu’il demandait une adresse, tellement l’image était incongrue. Que diable fabriquait un facteur au milieu des niches,  des cryptes et des mausolées ? – pensai-je en le voyant se perdre dans l’un des colombariums, cherchant manifestement une adresse exacte, une enveloppe à la main. Quel message pouvait-il bien avoir à remettre à qui ne jouit plus de l’ouïe pour entendre ni ne dispose des mots pour répondre au-delà de la mort ? Le temps de m’inventer des centaines, des milliers de raisons pour expliquer sa présence, le facteur était déjà de retour dans l’allée, souriant et sans son enveloppe. En passant à côté de moi, impassible, magnifique et l’air triomphant, il me regarda du coin de l’œil. Je me levai derrière lui et lui emboîtai le pas. Une paix agitée s’empara de moi, une violence tranquille m’envahit. La silhouette du facteur se perdait au fond de la rue, sorte d’annonce de quelque chose qui n’était jamais arrivé et n’arriverait pas.

 

Je sus alors ce que je devais faire.

 

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(Traduit par Elena Geneau pour le compte du blog de traduction Tradabordo, dirigé par Caroline Lepage)

 

Lectures d’ailleurs : recueil virtuel de nouvelles d’Espagne et d’Amérique latine.

 

http://lecturesdailleurs.blogspot.fr/2012/11/le-facteur-f-terrones-perou.html

En un país desconocido

Como muchos otros, creímos que cambiar de lugar, de referentes e incluso de idioma, nos permitiría darle un nuevo impulso a nuestra relación. Apenas llegamos al aeropuerto y vimos toda esa gente dispuesta a tomar el avión, todos esos rostros extranjeros hablando en lenguas desconocidas, nos convencimos de que adentrarnos en lo desconocido nos uniría más y, nadie lo sabía, tal vez terminaría con nuestras disputas, constantes, intensas, fatigadas. Los primeros días, mientras reconocíamos la ciudad, nos sentábamos en alguna terraza, ocupábamos cualquier banca, aprendimos nuevamente a tomarnos de la mano, incluso a decirnos esas palabras que el pudor y el orgullo terminan por empolvar. Con el tiempo, sin embargo, cualquier excusa fue conveniente para intercambiar una ironía, soltar algún sarcasmo o enunciar cualquier crítica. Ahora que nos hemos separado para que cada uno pueda dar un paseo, camino con las manos en los bolsillos por una calle cada vez más concurrida. A mi izquierda y a mi derecha los hombros y codos de la gente se estrellan a cada instante con mi cuerpo, mientras que por detrás algo me empuja, una fuerza que me obliga a avanzar sin dilaciones. Veo los rostros de la gente, todos esos desconocidos, que se detienen un instante en mí para olvidarme después y un sentimiento extraño nace en mí, me lleva a buscar en mis bolsillos, desgarrar el mapa y arrojar mis documentos. Al fondo de ese mar de cabezas, creo distinguirla, parada en el medio de la plaza convenida, mirando a la izquierda y a la derecha, intentando convencerse de que es imposible esperar en vano, cuando se espera a alguien que de verdad nunca llegó.

Publicado en “Internacional Microcuentista”.

http://revistamicrorrelatos.blogspot.fr/2012/09/en-un-pais-desconocido.html

Bolero de Ravel

Creo que fue ella la de la idea. El hecho es que muy rápido hicimos de esa idea un juego, uno de esos rituales que en su repetición se desdoblan al infinito pero guardando siempre un núcleo. El infinito eran nuestras caricias espontáneas, nuestras palabras a media voz, nuestras ganas de poseernos mutuamente de cualquier manera; mientras que el núcleo era la música que escuchábamos, el Bolero de Ravel. Primero, al ritmo de las flautas, anhelábamos encontrarnos en medio de la oscuridad, después, cuando entraba el clarinete, nos precipitábamos a aquello que buscábamos y que llegaba, esperado, frenético, inevitable con el tutti de instrumentos, en medio del clímax final. Ahora que nos hemos separado, que ella ha dejado el piso sin decirme una sola palabra, que nunca más escucharemos juntos a Ravel, quiero convencerme de que se ha llevado el disco como recuerdo de lo que fue nuestra vida juntos, pero algo me dice que, infame, cruel y voluptuoso, el Bolero de Ravel será puesto a todo volumen esta madrugada.

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Publicado en “En sentido figurado”.

 

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Soldadito de plomo

Fue su regalo de cumpleaños. Cabía en la palma de su mano en la que lo posaba para contemplarlo: temerario y decidido, apuntaba al enemigo con la bayoneta. Después conocería otros regalos, una pelota, una bicicleta, una moto e incluso un coche pero nunca se separaría de él. Esa mañana, debajo del puente, sus ojos congelados en un segundo transformado ya en doliente pasado, el soldadito de plomo yacía a su lado, confundido y silencioso, como derrotado en esa guerra que nunca fue suya. 

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Publicado en «La esfera cultural».

 

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Imaginación infantil

Fue Pablo quien comenzó poco antes del anochecer. Afuera, en el medio de la oscuridad, nos esperaba una bestia feroz, de garras enormes y pesadas, de fauces sanguinarias dispuestas a comerse todos los niños. Se dio cuenta de que había ido demasiado lejos cuando nos escuchó llorar. Entonces nos dijo que no fuéramos tontos, era una broma, solamente había querido asustarnos. Como nos vio escépticos, nos dijo que ya nos mostraría. Entonces, abrió la puerta y salió de la casa. Todavía seguimos esperándolo mientras escuchamos el ulular imprevisible y salvaje de la noche entrar por la chimenea.

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Publicado en “La maquina de coser palabras”, blog de Juan Yañes.

 

http://jyanes.blogspot.fr/2012/05/dos-cuentos-felix-terrones.html

 
 

Una vocación

Como de costumbre, le abrió la puerta mi madre. Los escuché cuchichear, de seguro ella le decía que me encontraba arriba, que lo estaba esperando desde hacía rato, por qué se había demorado tanto. Ya habíamos leído a los franceses, también a los alemanes y los ingleses; incluso nos habíamos dado tiempo para leer a los rusos y los italianos. Con esa inocente, apasionada y ciega actitud que tienen quienes cumplen aquello que se han determinado, habíamos leído a todos los escritores que considerábamos cruciales para toda formación literaria. Ahora nos tocaba a nosotros empezar a escribir, tomar el lugar de nuestros “padres literarios”, como afirmábamos, no sin cierta pompa. No recuerdo quién fue el de la idea, pero de inmediato estuvimos de acuerdo. Comenzaríamos por escribir textos breves, que en su parquedad y concisión llevaran al lector a poner en tela de juicio su realidad, asomándolo a un precipicio en el que cayeran todas las convenciones y expectativas. Recuerdo que pasé toda la noche intentando encontrar las palabras, buscando darles una forma que fuese precisa y sugerente al mismo tiempo. Cuando llegó el amanecer, ya había terminado mi cuento y, con no poco orgullo, pensé que muy difícilmente él escribiría uno mejor, así que me senté a fumar un cigarrillo. Por eso, cuando entró en mi habitación, con ese gesto que no supe cómo interpretar, me dije de inmediato que no solamente había escrito un cuento infinitamente mejor que el mío sino que en aquel cuento yo perdería mis ganas de seguir escribiendo. Era una línea, una sola puta línea que me extendió no sin algo de desprecio: “Esta noche que no me espere tu madre”.

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Publicado en “La maquina de coser palabras”, blog de Juan Yañes.

 

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Abracadabra

El mago llegó temprano y de inmediato todos lo rodeamos. Todos menos Ricardito quien, como desde hace varias semanas, se quedó de brazos cruzados en un rincón. De inmediato, el mago se puso a sacar conejos, palomas y tortugas de su sombrero. Todos aplaudimos a rabiar, incluso Ricardito quien se acercó un poco más a nosotros. Como agradecimiento, el mago se sacó una mano, tiró unas rosas de su chaqueta y se tragó varias espadas. Pero todavía faltaba el acto final y definitivo, que reuniese fantasía y sorpresa con portento. Hasta ahora creemos que Ricardito se había puesto de acuerdo con él para levantar el dedo y, con la voz bien bajita, pedirle que hiciera aparecer a su papá. El mago fingió aturdimiento, se rascó la cabeza, miró al cielo y finalmente se esfumó. Ya pasaron varias horas y seguimos preguntándonos dónde puede haberse ido a buscar al papá de Ricardito, para que demore tanto en reaparecer.

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Publicado en “La maquina de coser palabras”, blog de Juan Yañes.

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Mi amigo Joaquín

Apenas abrió la puerta sentí su mirada recorrerme desde los pies hasta la punta de los pelos. No me lo dice, pero me doy cuenta de inmediato. A la mamá de Joaquín no le gusta que su hijito se junte con niños como yo, es decir, chicos sin lustre alguno ni apellido pronunciable, habitantes de cualquier barrio en las afueras de lo frecuentable, arrojados por la suerte, y la misericordia de los curas, al mismo colegio de su niñito. Felizmente, mi amigo aparece en lo alto de las escaleras para sonreírme y con esa sonrisa neutralizar la mirada de su madre y elevarme a sus alturas. Los bucles dorados caen sobre sus mejillas más rosadas que nunca, sus dientes blanquísimos y perfectamente alineados dejan asomar la viborita de su lengua. Pienso en un angelito mientras feliz y encantado subo hasta su cuarto al tiempo que le escucho decirme no sé qué cosas de un juego. Casi no le escucho pues la luz que entra por las ventanas ilumina toda la habitación, todos esos juguetes que ni siquiera los sueldos de toda una vida de mis padres, tíos y abuelos alcanzarían para comprármelos. Me digo que lo quiero, que quiero jugar toda mi vida con él. Sin embargo, es sólo un instante pues Joaquín ya ha girado el pestillo, cerrado las cortinas y apagado la luz.

Siento las manos del rubio angelito buscar algo en la oscuridad.

Publicado en “La maquina de coser palabras”, blog de Juan Yañes.

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En el jardín

Cansado de sentarme cada tarde frente a un jardín que de tan grande resultaba vacío y demasiado silencioso, me convencí de que debía darle algo de emoción. Deseché, por convencional e inútil, la idea de plantar un solo árbol más en ese bosque denso. Con la misma resolución descarté la idea de adoptar animales, animales que en su domesticidad me aburrirían todavía más. Por eso, pensé en los niños, niños que brincan y gritan y corren pero que también imaginan. Sonrío al escucharlos detrás de las ventanas jugar a la expedición perdida en una selva tropical, llena de tigres, jaguares y boas. Mientras arrancan lianas con sus hoces, abriéndose camino, intercambian miradas, entusiasmados con pasar una tarde en mi jungla, pero también poseídos y reunidos por un anhelo secreto. Uno de ellos, el que parece liderarlos, parece entrever algo en el horizonte, algo que señala con el dedo, desencadenando los gritos de sus secuaces. Han encontrado, por fin, el refugio del gran y terrible cacique de esas tierras húmedas. Se precipitan sobre él, quiero decir mi hogar, con ardor guerrero y asesino, destruyendo todo lo que se cruza en su camino.

Tengo miedo, no quiero abrir la puerta a esos salvajes.

 

Publicado en “La maquina de coser palabras”, blog de Juan Yañes.

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El viaje infinito

El tren no tardará en llegar, por lo general siempre es puntual aunque en ocasiones puede tomar un ligero retraso. Él aprieta contra su pecho el bebé que empieza a llorar, por culpa del hambre y del frío. Mira una vez más su reloj. Ahora que viajen a darle al encuentro a su madre, nada más le podrá faltar al pequeño. Tampoco a él. Por eso sonríe apenas lo ve aparecer en el horizonte, primero un punto indistinto, después un rugir cada vez más cercano, un relámpago fugaz, arduo y redentor, recibido en plena cara a miles de kilómetros por hora.

Publicado en “Previsiones meteorológicas de un cangrejo 3.0”, blog de Agustín Martínez Valderrama.

http://acusmartvald.blogspot.fr/2012/06/pasen-y-vean-felix-terrones.html

Doppelgänger

Nos reconocimos de inmediato apenas nos vimos; no era para menos: éramos la misma persona. Sin decirnos una sola palabra, nos pusimos de acuerdo, aquella noche yo regresaba a su piso de treintañero sin amigos, apeado de la sociedad, discreto y remolón, mientras que él volvía a encontrarse con mi mujer, imagino que sorprendida con mi cambio positivo de conducta. Qué pena que ninguno de nosotros haya podido imaginar las consecuencias de un nuevo cambio pues esta vez, en el silencio de la noche, entre las sábanas de una cama, decidimos traicionarnos mutuamente. Ahora que nos cruzamos, mi doble y yo, apenas nos reconocemos. Hemos terminado pareciéndonos tanto a aquello a lo cual habíamos renunciado que ni siquiera tenemos reparos en advertir al otro, aquel que fuimos alguna vez. 

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Publicado en “Previsiones meteorológicas de un cangrejo 3.0”, blog de Agustín Martínez Valderrama.

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Curiosa enfermedad

Desde hace algunos días me olvido de todo. Primero empezó con dónde dejaba algunos objetos, las citas que tenía durante la semana o uno que otro cumpleaños. Después se hizo más evidente e incómodo, cuando empecé a olvidarme de recoger a mis hijos en la escuela o cuando no recordé tomar mis pastillas por la mañana o confundí el nombre de mi mujer con otro. Ahora que me encuentro en medio de toda esta gente, en esta calle que se me hace conocida pero cuyo nombre ya olvidé, me apresuro a escribir estas líneas para que alguien pueda recogerme pero vacilo con espanto en terminarlas pues inmediatamente después, inconsciente de su importancia, las desgarraré antes de arrojarlas al tacho de basura más cercano.

Publicado en “Previsiones meteorológicas de un cangrejo 3.0”, blog de Agustín Martínez Valderrama.

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Traicioneras

Tomé mi tiempo en aprenderlas pero una vez que empecé a manejarlas, no hubo quien me superase. Escogía las más pertinentes a la hora de conocer a alguien, explicar cualquier cosa o exponer mi punto de vista. Incluso cuando se trataba de mentir ellas surgían, veloces y persuasivas, para recrear esa realidad que me negaba a aceptar. Pero cuando me llegó el momento final, las traicioneras se resistieron a salir de mis labios, dejándome en un silencio vacío de palabras. 

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Publicado en “La nave de los locos”, blog de Fernando Valls.

http://nalocos.blogspot.fr/2012/09/felix-terrones.html

Turistas

Llegaron durante el verano como solían hacerlo: en mareas de buses y coches que inundaron la ciudad de un momento a otro. Ansiosos por tomar la mejor foto, bulliciosos en las mesas de los restaurantes, impertinentes en cualquiera de las calles: los reconocíamos desde lejos, con esa irónica simpatía que nos provocaban, sin poder imaginar lo que ocurriría después. El verano terminó pero extrañamente ninguno de ellos partió sino que al contrario siguieron en las calles con sus cámaras y flashes, intercambiando puntos de vista en ese idioma incomprensible que utilizaban. Cuando nos dimos cuenta ya era muy tarde: entraban en nuestras casas, comían en nuestras mesas e incluso dormían en nuestras camas, al abrigo del frío invernal. Ahora que viajamos rumbo a lo desconocido, en los mismos autos que ellos utilizaron, recordamos que un poco más al sur hay otra ciudad. Dicen que en ella hay muchas cosas lindas, dignas de una buena fotografía.

 

Publicado en “La nave de los locos”, blog de Fernando Valls.

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Border patrol

Ayer encontré a dos mexicanos. A uno le rompí la nariz de un puñetazo, al otro le fracturé el brazo con mi porra. El mes pasado fui el agente que hizo más arrestos de ilegales. Mis preferidos son los polleros y los coyotes. A ellos los desvisto antes de golpearlos y ahogarlos en cilindros de agua. Ahora se habla de condecorarme por los servicios prestados al Estado de Arizona. Por eso, sonreí apenas los divisé en el horizonte, un grupo de cinco: dos hombres, dos mujeres y una niña. Los dejo hacer, arrastrarse entre los matojos de hierba, detenerse detrás de roquedales, mirar a todas partes para convencerse de que nadie los ha visto ni los persigue. Cuando llega el momento me llevo la escopeta al hombro. Apunto. Sin embargo, algo me detiene. He reconocido a una de las mujeres. De hecho, es mi esposa quien lleva de la mano a nuestra hija. Recuerdo lo que la gran puta me dijo anoche, que ya no podía conmigo, que quería recuperar su libertad, que de ser necesario estaba dispuesta largarse a México a vivir entre esos cochinos mejicanos, llena de moscas y mierda. Todavía puedo evitarlo…

Publicado en “La nave de los locos”, blog de Fernando Valls.

http://nalocos.blogspot.fr/2012/05/felix-terrones.html

 

Las manos

Mi mujer tenía hermosas manos, hermosas manos largas que se estiraban por las mañanas cuando se despertaba y me acariciaba la mejilla. Hermosas manos de dedos que recibieron mis votos y también el aro que le ofrecí el día en que nos casamos. Hermosas manos que tejían, entusiastas y contentas, chompitas, mediecitas y mañanitas para el bebé por venir. Hermosas manos que se crisparon y entumecieron como preguntas sin respuestas y ahogadas bajo el peso del almohadón, el mío.

Publicado en “La nave de los locos”, blog de Fernando Valls.

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Juegos familiares

Mi hermano menor me espía mientras me ducho. Apenas le echo el seguro a la puerta, lo escucho cerrar sus libros y acercarse, con sigilo equívoco, hasta la cerradura. Entonces, bajo su atenta mirada, me desabotono el pijama, me quito el corpiño, dejo caer las bragas. Mientras el agua caliente cae sobre mi pecho y corre entre mis piernas, intuyo el movimiento detrás de la puerta, la sorda agitación y el espasmo final. Por eso, se lo conté a papá quien, atónito y furioso, me dijo que no me preocupara más y lo olvidara. Así, esta vez cierro la puerta con la seguridad de que mi intimidad será mía, sólo mía. Escucho unos pasos, un cuchicheo y después nada más, nada de voces ni gritos, más bien un silencio húmedo, cómplice y abyecto toma asiento sobre mi piel.

Creo que esperaré a mamá para salir de la ducha.

Publicado en “La nave de los locos”, blog de Fernando Valls.

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El cartero

Había caminado toda la mañana por la ciudad, buscaba retrasar de esa forma el regreso y la consecuente discusión. En mis pensamientos, me veía explicándole que ya nada nos reunía, el silencio había terminado por imponerse entre ambos; por eso, lo mejor era que nos separásemos, que cada uno tomara su rumbo de espaldas al recuerdo, hasta ser olvido o, lo que es lo mismo, dejar de existir. Pero apenas llegaba a la puerta del edificio, algo me obligaba a dar media vuelta una vez más, como si el contemplar la separación (o su perspectiva) me permitiese entrever, no sólo lo engorroso de la situación sino también la incertidumbre y el vacío frente a una nueva vida. A esa hora, la ciudad es una agitación constante de peatones, es sencillo, encaminar sus pasos a ninguna parte. Basta tomar una calle en el mal sentido para perderse en regiones nunca antes conocidas, ignoradas por la experiencia. Así que mis pasos terminaron llevándome al cementerio de la ciudad donde las bancas vacías, de tanto en tanto ocupadas por algún jubilado, vagabundo o solitario, brillaban bajo el cielo del verano. Reinaba un silencio hecho de polvo sin tiempo, un silencio en el cual me instalé no sin cierto alivio. Una paloma se acercó a pedirme de comer; después, una familia pasó llevando un ataúd, una mujer lloraba adelante; más tarde, apareció un sacerdote sudoroso y circunspecto, con una levita negra que se hinchaba al viento, el mismo viento que corría las hojas de su misal abierto. Cuando me dije que ya se hacía tarde, me estaba esperando, era hora de regresar fue que lo vi. Al inicio me pareció, con sus inconfundibles chaleco y gorrita azules, una imagen tan incongruente que imaginé preguntaba por una dirección. Sin embargo, en lugar de dar media vuelta, como me lo esperaba, cruzó el umbral con su bicicleta y su alforja. ¿Entre los nichos, las criptas y los mausoleos, qué demonios hacía un cartero?, pensé mientras lo veía perderse en uno de los pabellones, preocupado por dar con la dirección correcta, con un sobre en la mano. ¿Qué mensaje podía dejar a quienes ya no tienen oídos para escuchar ni palabras más allá de la muerte? Me di cientos, miles de razones que me explicaran su presencia, pero el cartero ya estaba de regreso sobre la alameda, sonriente y sin sobre. Cuando pasó a mi lado, impertérrito, magnífico y triunfal, me miró de soslayo. Me levanté detrás de él y lo seguí. Una paz agitada me poseyó, una violencia tranquila me embargó. Al fondo de la calle la silueta del cartero se perdía como el anuncio de algo que jamás llegó ni llegaría.

Entonces supe lo que debía hacer.

Publicado en “La nave de los locos”, blog de Fernando Valls.

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Átomos en movimiento

Mientras releo las noticias del periódico y fumo otro desesperado cigarro, la siento cerca de mí. Más tarde, creo adivinar sus pensamientos debajo del cielo nublado de esta ciudad. Por las noches, en la oscuridad de los cines, tengo la impresión de que es ella quien cuchichea lo mismo que yo me limito a imaginar en mi gastada butaca. Sé que, como yo, lo único que ella espera es encontrarme. En ocasiones, me digo que estamos a punto de poder vernos, tomarnos en los brazos y empezar por fin a reconocernos. Pero inevitablemente nos perdemos sin quererlo, en las plazas, bancas y parques sordos a nuestros anhelos. Cuando lo advertimos, ya es demasiado tarde, perdimos la conexión de metro, el semáforo pasó a rojo o empezó a llover. Mientras imaginamos todas la conversaciones, llenas de risas y caricias, que hubiésemos podido tener, nos hacemos lentos, resignados, en ocasiones desesperados y más viejos. Si tan solo, después de tantos años de sentirnos sin conocernos, nuestros pasos condescendieran a cruzarse una sola vez en esta ciudad la historia sería otra pero aceptamos que eso ya no es o nunca fue posible.

 

 

Publicado en “La maquina de coser palabras”, blog de Juan Yañes.

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Sumo

Desde pequeño, vivió apasionado con Japón. Imaginaba que algún día viajaría a aquel país completamente alejado de esa realidad gris y mediocre que le había tocado vivir. Por eso se imaginaba caminando una noche de primavera entre jardines de lagos y montañas miniaturizados, alumbrado por una linterna hecha en papel de seda. También se imaginaba reinventar con su pincel las letras de una caligrafía delicada aunque desconocida (pero por eso mismo mortalmente atractiva). Apenas ingresó a trabajar en la biblioteca municipal, empezó a leer a Basho, Akutagawa, Kawabata y también Oé, escritores que le hablaban como ningún otro en español lo había hecho antes. Cuando salía del trabajo, las farolas recién encendidas, sentía que había sido desterrado de una patria a la que pertenecía, que nada era verdadero en su vida y que, por lo tanto, debía imperativamente, sin más dilaciones, viajar hasta el archipiélago. De ahí que viviera un duro revés cuando su mujer partió, no tanto por haberla perdido como por haber descubierto que se llevó con ella todo el dinero que había ahorrado durante su vida de paciente y sacrificado bibliotecario. Esa misma noche, después de haber recogido todas sus pertenencias en el trabajo, sin decirle nada a nadie, regresó a su casa, se encerró en su cocina y abrió la toma de gas. Conforme perdía el conocimiento, la garganta congestionada, los pulmones ya sin oxígeno, reconoció una forma que llegaba desde el fondo de su deseo; imponente, jubiloso y feroz el luchador de sumo se precipitaba sobre él.

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